lunes, 29 de marzo de 2010

Desde el comienzo mi ruta se torció

Hace muchos años atrás me topé con Samuela. Me encantó, me enamoré perdidamente. Por razones que soy incapaz de evaluar, no funcionó. Supongo que la distancia, la diferencia de edad, en fin, vaya uno a saber.

Después me encontré con Laurita. No funcionó. Nos queríamos, sí, pero no sé, faltaba algo. Fue poco intenso, pero todavía me acuerdo de sus ricos sabores.

En otro lugar, por esas casualidades de la vida, la conocí a Mariela. Que mujer…hermosa. No sé porque no me enamoré…debe ser porque sabía antes de empezar que no iba a funcionar. No funcionó. La pasamos muy bien igual y con profundo cariño y respeto. La recuerdo como si fuese ahora y si cierro los ojos también recuerdo su perfume y su aliento. Recuerdo muchas otras cosas también. Espero que ella lo sepa.

Al fin llegó a mi vida Celia. Fue muy lindo también, pero no funcionó. Teníamos la misma edad y aprendimos mucho juntos, fue como mi gran novia. La amé y nos amamos. Con ella descubrí muchas de mis miserias y porquerías. Tuvo un final muy difícil lleno de complicaciones, pero guardo conmigo lo maravilloso que fue.

Después de semejante relación apareció Ciomara. ¡Qué hembra! Un ejemplar raro y bellísimo de persona. Siempre pienso en cómo no me quedé con ella. Como si eso fuera una decisión mía…Con ella tuve el mejor sexo de mi vida. Pero no funcionó.

En el medio de todas ellas tuve otras cortas relaciones. Muy intensas algunas, creo que me acuerdo de todas con lujos de detalles. Las amé por esos momentos, las abracé como a mi madre y nunca más las vi. No funcionaron.

Viendo las cosas así me preguntó qué es lo que no funcionó todo este tiempo. No es difícil pensar que soy yo el que no funciona.

O funciona perfectamente.

lunes, 15 de marzo de 2010

Ser perro

Leyendo en la vereda, creo que el Le Monde. De un momento a otro miro hacia atrás y lo veo a mi papá, el último papá que conocí, barba casi blanca, pantalón de buzo azul desteñido, unas sandalias viejas y cargando, como un linyera, una bolsa de consorcio llena de trastes. Me pregunta si iba a ir con él, le contesté que no, ya no. Y se va. Sin un beso, sin un abrazo, sin más. La angustia no alcanzó a sacarme lágrimas, pero me sacudió. Sin remedio.
Estaba en la terminal de ómnibus de algún lugar de Buenos Aires. Despidiéndome de la Lu con unos besos ricos en la boca mezclados con alguna galletita que ambos estábamos comiendo. En el convoy volvíamos de unas supuestas vacaciones mi madre, mi hermano, la cuñada y mi amigo y compañero de trabajo, Jorgito. Me di cuenta había perdido el pasaje de vuelta de mi amigo. Todos ya habían subido y él se tuvo que quedar, no sé donde, pero solo, por mi descuido. Pero también la soledad me tocó a mí, cuando mientras hacía la cola para subir al micro, el boletero me pregunta, desconfiado, como si fuera un ladrón, como si fuera un delincuente, “-¿Dónde vas?” Le contesté que tenía pasaje señor, me volvía a mi casa. “-Déjeme verlo.”. Busqué en mis bolsillos, papeles, plata, celular, tenía todo lo que tiene un burgués en los bolsillos, pero el pasaje para volver a mi casa no estaba. “-Retiresé de la cola.” Y me quedé afuera del tren. Solo y en una ciudad, teniendo a todos de enemigos, en una madrugada sombría, llena de peligros antes los cuales me sentía indefenso. Unos muchachos mi miraban de reojo y yo lo sentía. “-Que hijo de puta.” Me dijeron. “-Lo dejaste sin pasaje a tu amigo. Sos una porquería”. Veía en ellos la violencia que soy incapaz de ofrecer. Y me fui.
Plata no me faltaba, sobraba. Pensé en irme a un hotel, y cerrar todas las puertas al peligro y a mis miedos. Simplemente dormir y encerrarme en la bola de cristal que llevo adentro. Pero como estaba huyendo, eso no iba a ser fácil. Encontré uno, con escaleras, mientas la subía vi mucha gente en los pasillos, sentada, como si fuese un hospital público sudaca, donde la gente pobre y no tan pobre sufre la represión del poder dado por un delantal celeste, verde claro o blanco. Pero no me importaba, yo iba buscando mi cama. Seguí subiendo y me sonó el celular. Una voz conocida, pero triste y dubitativa me hablaba. “-Hola Germán. Habla Marisa. Mirá te llamo porque no sé que vas a hacer con esa guita. Los chicos la necesitan. Y yo no tengo para darles.” “-Pero Marisa, yo te doy la plata, pero no tengo nada que ver.” Se me encogieron las tripas.
Llegué a un lugar. El supuesto hotel. No sé por qué razón, o no recuerdo bien, soy muy maltratado. Verbalmente. Pero todo lo que me decían era como una verdad, alguna verdad que no puedo o no quiero ver, y estaba sin palabras. Pero como era yo el cliente con plata, traté de que no me importara la situación y le exigí una habitación. “Si querés un habitación andá a pedírsela al conserje que está abajo, o podés irte a la concha de tu madre.”
Así me desperté. Con todos mis miedos revueltos en un sueño. Mi padre, mis amigos, mi arrogancia. Estuve bastante despierto hasta que me venció el sueño otra vez. Lo que no quiero que me venza nunca, son las fuerzas para aguantar y entender todas estas cachetadas que me di a mi mismo.