martes, 8 de abril de 2008

Muestra Grátis

Hace poco cumplí 30 años. Me pregunto si eso significa que estoy más viejo. Supongo que el solo hecho de preguntarme me coloca en desventaja. Pero digamos que soy más viejo “cronológicamente”. Puede sonar conformismo para algunos, pero para quien sabe que inevitablemente morirá un día, no es justamente el avance de la decrepitud, sino el aprovechamiento de los recursos, lo que me desvela. En ese desvelo, también surge la inquietante inquietud de la dicotomía o contradicción viejo – joven. ¿Seré aún joven para morir pero viejo para empezar a saltar en skate? Parece razonable. Y en esa trinchera caemos siempre en esta vida. De un lado están los que parece más amigables, pero no sabemos a ciencia cierta si eso garantizará una noche más de sueño. Así que vivimos con un ojo mirando a cada lado, pero no como vizcos sino con los ojos hacia fuera, incapaces de mirar centradamente y tomar decisiones 100% adecuadas. Somos errantes por principio y por principio no dejaremos de serlos aún con premio Nobel mediante. Doy ese ejemplo porque en el fondo, y cada vez más lejano en el fondo, siento que ganarse un premio de esos podría destacarnos de la multitud, en lo que también parece ser una característica nuestra por principio, la necesidad de destacarse. Tengo la esperanza de estar completamente equivocado y que digo esto porque es lo que me pasa personalmente y lo generalizo como buen egocéntrico y en ese caso, ya caeré en mi propia telaraña y lloraré lo que tenga que llorar. Pero talvez, para no ser tan general, haya un grupo (o grupete) de personas que piensan que destacarse en la humanidad es algo importante, algo que tienen que hacer. Y ese es otro punto muy interesante. Porque ya no se trataría de egocentrismo sino de ideología en la que el destaque tiene un profundo sentido de la vida, porque no es salir en la foto como el más alto de todos sino haber cumplido con el sueño de lograr un objetivo que inevitablemente atañe a todos y no puede pasar desapercibido, y, por lo tanto, termina siendo una especie de héroe. Pero todo esto ya pasó, digamos, es posible que todo sea posible, y lo que es más posible aún, es que yo esté equivocado.

En lo que no estoy equivocado es en que el país en el que vivo, la Argentina, es como una muestra grátis de nuestro planeta, como un barrio que lo resume. Talvez peco con esta afirmación porque la verdad es que no tenemos ejemplares de todas las culturas, no somos tan ricos, pero es útil la afirmación para construir una imagen de un país que increíblemente, está logrando “avanzar”. Y cada vez tengo más dudas sobre este avance, aunque no puedo negar que hemos estado, la mayoría de los vecinos de este barrio, bastante peor. Pero acá, como en Brasil, como en México y como en muchos países latinoamericanos, abunda la variedad. Y es tanta que pareciera que la palabra variedad no alcanza. Yo la mezclaría con diversidad, con heterogeneidad, con pluralidad y la resumiría en “una cosa de locos” para que algunos puedan entender de lo que estoy hablando. Hoy tenemos una presidente que carga un ropero cuyo costo, vestiría, no sé, voy a decir un número, 1000 personas decentemente. Es la misma que quiere pagar 2.500.000.000 de euros por un tren. También quiere legalizar las drogas ilegales para el consumo. Y talvez el aborto. Me parece increíble. Jamás me hubiera imaginado que una sólo persona sería capaz de sostener ideológicamente estas 4 cosas. Y diciendo esto no me queda otra opción que darme cuenta de la realidad. No hay “una política” de gobierno, no hay “un criterio”. Hay un gobierno tan heterogéneo como su propio pueblo. Es difícil pensar “seriamente” en el futuro con este panorama. Siempre lo pensé, pero escribirlo ayuda. A llorar talvez, pero siempre elegí saber. Así que prefiero llorar sabiendo, aunque la verdad es que salvo los cobardes por definición (no me refiero a nadie en particular), nadie se queda parado llorando. “¿qué hacer?” es una buena pregunta. Más que buena, automática. Pero bueno de eso se trata, preguntar y responder.

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