lunes, 15 de marzo de 2010

Ser perro

Leyendo en la vereda, creo que el Le Monde. De un momento a otro miro hacia atrás y lo veo a mi papá, el último papá que conocí, barba casi blanca, pantalón de buzo azul desteñido, unas sandalias viejas y cargando, como un linyera, una bolsa de consorcio llena de trastes. Me pregunta si iba a ir con él, le contesté que no, ya no. Y se va. Sin un beso, sin un abrazo, sin más. La angustia no alcanzó a sacarme lágrimas, pero me sacudió. Sin remedio.
Estaba en la terminal de ómnibus de algún lugar de Buenos Aires. Despidiéndome de la Lu con unos besos ricos en la boca mezclados con alguna galletita que ambos estábamos comiendo. En el convoy volvíamos de unas supuestas vacaciones mi madre, mi hermano, la cuñada y mi amigo y compañero de trabajo, Jorgito. Me di cuenta había perdido el pasaje de vuelta de mi amigo. Todos ya habían subido y él se tuvo que quedar, no sé donde, pero solo, por mi descuido. Pero también la soledad me tocó a mí, cuando mientras hacía la cola para subir al micro, el boletero me pregunta, desconfiado, como si fuera un ladrón, como si fuera un delincuente, “-¿Dónde vas?” Le contesté que tenía pasaje señor, me volvía a mi casa. “-Déjeme verlo.”. Busqué en mis bolsillos, papeles, plata, celular, tenía todo lo que tiene un burgués en los bolsillos, pero el pasaje para volver a mi casa no estaba. “-Retiresé de la cola.” Y me quedé afuera del tren. Solo y en una ciudad, teniendo a todos de enemigos, en una madrugada sombría, llena de peligros antes los cuales me sentía indefenso. Unos muchachos mi miraban de reojo y yo lo sentía. “-Que hijo de puta.” Me dijeron. “-Lo dejaste sin pasaje a tu amigo. Sos una porquería”. Veía en ellos la violencia que soy incapaz de ofrecer. Y me fui.
Plata no me faltaba, sobraba. Pensé en irme a un hotel, y cerrar todas las puertas al peligro y a mis miedos. Simplemente dormir y encerrarme en la bola de cristal que llevo adentro. Pero como estaba huyendo, eso no iba a ser fácil. Encontré uno, con escaleras, mientas la subía vi mucha gente en los pasillos, sentada, como si fuese un hospital público sudaca, donde la gente pobre y no tan pobre sufre la represión del poder dado por un delantal celeste, verde claro o blanco. Pero no me importaba, yo iba buscando mi cama. Seguí subiendo y me sonó el celular. Una voz conocida, pero triste y dubitativa me hablaba. “-Hola Germán. Habla Marisa. Mirá te llamo porque no sé que vas a hacer con esa guita. Los chicos la necesitan. Y yo no tengo para darles.” “-Pero Marisa, yo te doy la plata, pero no tengo nada que ver.” Se me encogieron las tripas.
Llegué a un lugar. El supuesto hotel. No sé por qué razón, o no recuerdo bien, soy muy maltratado. Verbalmente. Pero todo lo que me decían era como una verdad, alguna verdad que no puedo o no quiero ver, y estaba sin palabras. Pero como era yo el cliente con plata, traté de que no me importara la situación y le exigí una habitación. “Si querés un habitación andá a pedírsela al conserje que está abajo, o podés irte a la concha de tu madre.”
Así me desperté. Con todos mis miedos revueltos en un sueño. Mi padre, mis amigos, mi arrogancia. Estuve bastante despierto hasta que me venció el sueño otra vez. Lo que no quiero que me venza nunca, son las fuerzas para aguantar y entender todas estas cachetadas que me di a mi mismo.

2 comentarios:

Isabel Estercita Lew dijo...

Los perros no la pasan tan mal o no tienen ese tipo de sueños, cargan con culpas judeo-cristianas :) hiciste bien en escribirlo ya que es facil olvidarlos, sobre todo cuando tocan tan fondo.
En tu lugar le haría una visita a un terapeuta, a veces viene bien.

cuidate che

besooooo

Justine dijo...

Llegué a un lugar. El supuesto hotel. No sé por qué razón, o no recuerdo bien, soy muy maltratado. Verbalmente. Pero todo lo que me decían era como una verdad, alguna verdad que no puedo o no quiero ver, y estaba sin palabras. Pero como era yo el cliente con plata, traté de que no me importara la situación y le exigí una habitación